Te escribo estas palabras porque me duele en el alma hasta dónde te han llevado, cómo te han maltratado y puesto en ridículo. Tu historia más que centenaria no merece este capítulo de deshonra y desnudez institucional en el que te arrojó una conducción tan irresponsable como ilegítima.
En toda mi trayectoria política jamás he negociado ni voy a negociar los valores que me guían en esta vocación que abracé desde niña, cuando heredé la pasión familiar por ayudar al prójimo y con ello mejorar su calidad de vida y la de su entorno, objetivos que sostenemos como bandera todos los radicales, con símbolos y metas que llevo grabados en el corazón, sin necesidad de contar para ello con una ficha afiliatoria.
Desde hace algunos años advertí que la conducción que se apoderó de tu sello, y lo secuestró con egoísmo para intereses personales, se había alejado de esos valores y principios, inquietud que compartí con muchos correligionarios, con quienes nos desvelamos tratando de enderezar el rumbo para no caer en el servilismo exigido por aquellos que, desde una representación plagada de discursos pero incoherente en su accionar, sólo persiguen su propia fama y fortuna.
Aquellos que me condenaron y tildaron de traidora cuando decidí sumarme a una alianza con valores y objetivos similares a los nuestros, son los mismos que ahora intentaron disfrazarte de lo que jamás has sido ni serás: un partido alejado de la política y la gente que le da la espalda a la educación, la salud, el trabajo y el desarrollo, para sumarte a un proyecto vacío de contenidos, donde sólo cuenta que cierren los números de la caja sin importar cuántos queden afuera, empujando primero al abismo a los más vulnerables, como lo son los discapacitados, los jubilados o los enfermos crónicos a los que privaron de su medicación.
Nunca fuiste ni quisiste ser un partido así, naciste para servir y gestionar, y eso es algo que nos abraza a todos los encolumnados en tu misión, desde el militante recién llegado hasta el funcionario de mayor trayectoria.
Por eso me duele tanto que te hayan desmenuzado y humillado en el intento de llevarte a lugares extremos donde reinan los que pretenden descuartizar al Estado y dejar librado a su suerte a los que menos pueden.
No culpo sólo a los integrantes de esas dos o tres familias que te secuestraron para desangrarte a su total beneficio, culpo también a los genuflexos que agacharon la cabeza y fingieron demencia o ceguera para dejarlos hacer a sus anchas, pese a las advertencias de los que se sumaron a la interminable diáspora de valiosos dirigentes que encontraron en otros espacios políticos el merecido reconocimiento que la mezquindad de esa dirigencia nunca supo otorgarles.
Muchas veces los convoqué a mi mesa o me senté en las suyas para advertirles lo que estaba pasando, para recordarles que ser radicales es trabajar con y para la gente, pero prefirieron la comodidad de quedar bajo la sombra de aquellos individualistas que actúan con mecanismos de coerción similares a los que utilizan las organizaciones de trata.
Por eso, querido Radicalismo Cordobés, hoy más que nunca te pido que seas fuerte, que te levantes y convoques a los que siempre han sostenido tus ideas, las de Alem, Yrigoyen, Illia y Alfonsín, para honrar sus memorias y las de todos aquellos que sienten el orgullo de pertenecer a tus filas.
Te lo pide una correligionaria a la que, por defender tus valores con pasión, han intentado expulsar mil veces, con una torpeza tal que arroja siempre el mismo resultado: cada vez me hacen más radical porque ellos hace mucho han dejado de serlo.
Quiero que sepas que voy a estar siempre dispuesta a defenderte, afiliada o injustamente expulsada, porque Córdoba merece recuperar a ese gran Radicalismo que tanto tiene que ver con los más grandes progresos de su historia.
¡Adelante radicales!«
Myrian Prunotto