Para atender las nuevas demandas, es clave adaptar las organizaciones y procesos a las tecnologías que irrumpen
-¿Quién es el principal autopartista de las principales automotrices de Alemania? Marcelo Elizondo, especialista en comercio internacional, formuló esta pregunta en el Seminario El Agro en la Agricultura Digital, que Club Agtech organizó en Buenos Aires días atrás. Más allá de los nombres de las empresas, su respuesta fue: – El proveedor de big data.
Gracias a esta herramienta, la empresa percibe en cinco años de uso un valor equivalente a la venta misma del auto.
Y continuó aportando datos: En estos momentos, el 70% del valor de la economía global es intangible. Ya no se venden “productos”. Hoy lo que se venden son prestaciones, las cuales son entregadas embebidas en ellos gracias a la digitalización, a través de flujos de datos, información y conocimiento. Es más, hoy ya no son las empresas las que se vinculan entre sí. Son directamente los productos.
Quien va a consumir un alimento, por ejemplo, no solo quiere saber sobre la composición del mismo para ajustarlo a su dieta, sino también el impacto que su proceso productivo tuvo en el ambiente. Proveer esta información ya no es una característica de diferenciación. Es una condición. Por lo tanto, si no se está preparado para ofrecerla, se deja de ser posibilidad para quien compra la producción.
Tomar conciencia de esto es de suma importancia, en primer lugar por esta condición determinante. Pero también es necesario comprender cómo se genera valor a lo largo del proceso productivo. Stan Shih, un ingeniero electrónico fundador de la empresa Acer, describió esto en un eje cartesiano, colocando en el eje “x” las etapas del proceso productivo (I+D, diseño, logística, producción, logística, Marketing y Servicios Posventa) y en el “y”, el valor agregado.
Con esto, comparó la economía “tradicional” con la de este tiempo. En los años ´70, la figura mostraba una línea casi recta, con una leve mueca de tristeza. El valor agregado en la etapa de manufactura, en el centro del proceso, era levemente mayor que en el resto de los eslabones. En la actualidad, la figura es una “sonrisa”. El mayor valor agregado está en las puntas y el menor en el centro.
Todo esto nos lleva a la conclusión de que digitalizarse ya no es una opción. Es una condición que, a esta altura de las cosas, reviste carácter de urgente. No está en juego más o menos eficiencia. Si no podemos hacer que nuestros productos se hablen con los del resto de la cadena global, nos quedamos afuera del ecosistema de valor, porque el mundo cambió.
Estamos inmersos en un mundo en el cual, cómo indicó Mariana Giacobbe, la estabilidad, de acá en más, será una rareza. Pero al mismo tiempo, se pasará de un mundo de restricciones a otro lleno de posibilidades en el cual la manera de gestionar será diferente, razón por la cual se requiere de un cambio de nuestro mapa mental. Para amoldarse a los cambios permanentes habrá que diseñar organizaciones líquidas. Habrá que trabajar en red, colaborar, experimentar y aprender continuamente.
Era de la inteligencia
Hemos ingresado en una época en la cual, para que las organizaciones tengan éxito hay que poner en el centro a la persona, permitir que fortalezcan sus relaciones dotándolos de habilidades blandas cómo la capacidad de dialogar o de fomentar su inteligencia emocional de manera de poder alinear sus propósitos individuales al colectivo.
El sentido de urgencia de comprender todo esto es total, ya que si lo descripto hasta acá parece desafiante, cuando se incorpora a esta ecuación el concepto de exponencialidad, cuesta encontrar adjetivos. La evolución del poder de las herramientas digitales se viene duplicando desde 1960 cada dos años. Este poder nos deposita en una nueva era que no es de la información ni del conocimiento. Según el multifacético Pablo Aristizabal (economista, filósofo, docente y emprendedor tecnológico), estamos en la Era de la Inteligencia.
Si la capacidad de dominar el fuego fue un hito mayor en la historia de la humanidad, que hizo posible su expansión por el planeta, lo que ocurre con la inteligencia artificial podría ser de un impacto equivalente, aunque evolucionando a otra velocidad. Por ejemplo, como ocurrió en su empresa de contenidos digitales, en los últimos dos años aumentó su productividad en 600x. Entiéndase bien, 600% sería sólo 6 x. Allí trabajan con 20 Inteligencias Artificiales diferentes. Una de ellas puede traducir con la misma voz y cadencia en todos los idiomas. En esta conversación está el mundo.
¿En qué conversación estamos nosotros? ¿Cómo nos preparamos no solo para entender esto, sino para comprenderlo? Es una pregunta relevante que plantea una doble preocupación. Por un lado, la escuela necesita reinventarse. Esto es indudable. Pero Aristizabal planteó un desafío a los empresarios. Según su perspectiva, no es la buena educación la que genera economía. Es exactamente al revés. Es la economía la que genera una buena educación. La matriz de generación de riqueza de una sociedad es la que demandará conocimiento, y desde allí comienza el proceso. En una Argentina que tiene 27 empresas cada 1000 habitantes contra un Uruguay con 48. En una Argentina que tiene 500.000 pymes contra un Chile que tiene 1.200.000, plantear esta conversación es relevante.
Sin duda, hay desafíos a nivel macroeconómico que deben resolverse, pero esto no debe distraernos de ocuparnos de la tarea micro. El tren está en movimiento, el mundo se está subiendo a él y en esta Argentina que nos duele no podemos darnos el lujo de quedarnos en el andén.
El autor es presidente y cofundador de Club AgTech