Querido Miguel:
La Escuela sabe que has regresado. Giró las agujas del reloj y encontró, una vez más, tus horas de niño y de estudiante.
Golpes de aire fresco traen aquel día de cuarto grado en el que la sociedad del aula acompañó tus miedos por la salud de tu padre. Y… aquella tarde del secundario en la que escribiste con palabras y gestos esa profunda lección de psicología que despertó la satisfacción de tu profesor, había sido superado por su discípulo.
Escuchamos los planteos de un pensamiento que ya te revelaban como un apasionado buscador espiritual.
El reloj vuelve al presente. Hoy toda la escuela se enorgullece de haberte tenido y agradece que siempre regreses a dar tu inconfundible mensaje.
Como siempre, la escuela te abraza y cierra los ojos para que no te vayas.
¡Gracias PADRE MIGUEL!